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Stephen Hawking dice que no viviremos otros 1.000 años en este planeta

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Stephen Hawking, genio de los agujeros negros, intrépido viajero interestelar y catastrofista por excelencia, nos ve a todos muertos en 1.000 años. A menos que colonicemos a tiempo otros planetas habitables.
La afirmación procede de una charla en la Unión de Oxford, célebre sociedad de debate británica, donde el astrofísico de 74 años dijo que seguiremos arrasando con los recursos de la Tierra hasta dejarla magullada, lo que acelerará el inevitable fin del planeta. “Debemos continuar adentrándonos en el espacio por el futuro de la humanidad”, sostiene Hawking. “No creo que podamos sobrevivir otros mil años sin escaparnos de nuestro frágil planeta”.
Stephen Hawking lleva años advirtiéndonos de que la vida en la Tierra corre un riesgo cada vez mayor de ser exterminada por un desastre a gran escala, como una guerra nuclear, un virus genéticamente modificado o incluso la rebelión de las máquinas. Para el científico, la inteligencia artificial puede ser el último gran error de la humanidad, ya que algún día podría escapar de nuestro control.
Pero tampoco somos tan estúpidos. “El hecho de que los seres humanos, que somos simples partículas fundamentales de la naturaleza, hayamos podido llegar tan cerca de comprender las leyes que nos rigen a nosotros y al universo, es ciertamente un triunfo”, aclara Hawking.

Estudio demuestra que el musgo generó oxígeno suficiente para producir la vida humana y animal

Hace unos 470 millones de años, el musgo comenzó a proliferar entregando al planeta Tierra su primera fuente de oxígeno estable.


Todo comenzó con el musgo. Así lo explica un estudio publicado este lunes, el que sugiere que esta planta es la causa de las cantidades de oxígeno que permitieron a los animales y seres humanos prosperar en la Tierra.
Hace unos 470 millones de años, el musgo comenzó a proliferar, proporcionando la primera fuente de oxígeno estable y permitiendo el desarrollo de formas de vida inteligente, según el estudio publicado en las Actas de la Academia de Ciencia estadounidense (PNAS).
"Es emocionante pensar que sin la evolución del modesto musgo, ninguno de nosotros estaría aquí hoy", dijo Tim Lenton, profesor de la Universidad de Exeter y coautor del trabajo.
"Nuestro estudio sugiere que las primeras plantas terrestres fueron sorprendentemente productivas y generaron un aumento importante en la cantidad de oxígeno en la atmósfera", afirmó. 
El oxígeno apareció por primera vez en la Tierra hace 2.400 millones de años, durante lo que se conoce como la Gran Oxidación, pero el oxígeno no alcanzó sus niveles actuales hasta hace unos 400 millones de años.

Algunos científicos han desarrollado la teoría de que los bosques fueron los responsables de incrementar los niveles de oxígeno, pero los autores del estudio contenido en el PNAS difieren de ellos.

A partir de simulaciones por computadora para recrear el pasado, los investigadores calculan que los líquenes y los musgos podrían haber generado cerca del 30% del oxígeno en la Tierra hace alrededor de 445 millones de años. Este aumento en los niveles "permitió que evolucionara una extensa, móvil e inteligente vida animal, incluyendo la humana", afirma el estudio.

El ESO captura una nueva imagen de la constelación de Sagitario

El hallazgo les permitirá a los científicos estudiar con mayor detalle la vida y muerte de las estrellas, así como su comportamiento. 


BERLÍN.- El telescopio de rastreo (VLT, por sus siglas en inglés) del Observatorio Austral Europeo (ESO) ha logrado capturar una gigantesca imagen del cúmulo de estrellas conocido como Messier 18 -en la constelación de Sagitario-, un laboratorio cósmico perfecto para estudiar la vida y la muerte de las estrellas. Esta imagen de 615 megapixeles captada por este telescopio instalado en el Observatorio Paranal, en Chile, y difundida este martes por el ESO desde su sede central en la ciudad alemana de Garching, muestra un puñado de llamativas estrellas azules y nubes rojas de hidrógeno ionizado brillante y oscuros filamentos de polvo.
Los trazos oscuros que serpentean a través de la imagen son los turbios hilos de polvo cósmico que bloquean la luz de las estrellas distantes. En las débiles nubes rojizas el gas brilla porque las estrellas jóvenes están muy calientes y emiten una intensa luz ultravioleta que arranca los electrones del gas circundante. Eso hace que se emita el débil resplandor que se ve en la imagen. El Messier 18, un cúmulo abierto de astros que se formaron juntos a partir de la misma nube masiva de gas y polvo, fue descubierto en 1764 por Charles Messier.

Se trata de estrellas hermanas, pues sólo son diferentes en cuanto a su masa, no en cuanto a la distancia que las separa de la Tierra o a su composición. Se conocen más de mil cúmulos abiertos dentro de la Vía Láctea con una amplia gama de propiedades, tamaños y edades, que proporcionan a los astrónomos pistas sobre cómo se forman, evolucionan y mueren las estrellas. En Messier 18 los colores azul y blanco de la población estelar indican que las estrellas del cúmulo son muy jóvenes (probablemente tienen solamente alrededor 30 millones años de edad). Actualmente, los astrónomos saben que la mayoría de las estrellas se forman en grupos a partir de la misma nube de gas que colapsó sobre sí misma debido a la fuerza de atracción de la gravedad.

La nube de polvo y gas remanente, o nube molecular, envuelve a las nuevas estrellas y a menudo es empujada por sus fuertes vientos estelares, lo que debilita la fuerza gravitatorias que las enlaza. Con el tiempo, las hermanas estelares (como las de la imagen), unidas por débiles lazos, acaban separándose y tomando caminos diferentes a medida que interaccionan con otras estrellas vecinas o con nubes masivas de gas.

Las aves que duermen mientras vuelan


Tras el seguimiento de sus viajes por sobre el océano, un equipo de científicos detalló que estos animales alternan las funciones cerebrales durante sus "descansos". 

Un estudio internacional reveló que las aves fragatas, típicas de las Islas Galápagos, duermen mientras planean en sus recorridos de varios días en búsqueda de alimentos, informó este jueves el Parque Nacional ecuatoriano. El estudio, liderado por el biólogo Niels Rattenborg del Instituto Max Planck de Alemania, descubrió que en sus travesías de semanas por forrajeo, las fragatas "son capaces de dormir menos de una hora al día con cualquiera de los dos hemisferios cerebrales".

"Durante el día, las fragatas se mantienen despiertas y por la tarde registran un "Sueño de Ondas Lentas" (SOL), de varios minutos mientras planean", indicó el informe, publicado por la revista científica Nature. Según los investigadores, este tipo de sueño es acompañado "por pérdida de tono muscular, por lo que durante esos episodios las aves experimentan una caída momentánea de la cabeza sin alterar su patrón de vuelo". Rattenborg explicó que este dormir al volar "podía ocurrir en un hemisferio cerebral a la vez o ambos juntos". El vuelo ascendente en círculos reveló que la fragata duerme con un hemisferio mientras el otro, que está conectado al ojo que guía el giro, permanece despierto, para evitar colisiones con otras aves.

Para el estudio, los científicos escogieron a la fragata grande (Fregata minor), que puede pasar semanas volando sobre el océano en busca de alimento. A un grupo de aves de esta especie que estaba anidando en la isla Genovesa le colocaron un pequeño dispositivo que mide los cambios electroencefalográficos (EEG), desarrollado por Alexei Vyssotski, de la Universidad de Zurich y por el Instituto Federal Suizo de Tecnología, junto a un GPS, aparatos que no alteran el comportamiento de las aves y que fueron retirados posteriormente. Los técnicos encontraron que las aves al término de sus viajes dormían por más de 12 horas diarias "con episodios de sueño más largos y profundos".

Los especialistas esperan determinar cómo estas aves pueden mantener "un rendimiento adaptativo" con poco sueño, a diferencia de los seres humanos y otros animales que "sufren dramáticamente" si no duermen.

Astronautas de la misión Apolo quedaron más expuestos a enfermedades cardíacas


Un estudio determinó que viajar al espacio exterior, alejándose de la magnetósfera de la Tierra que protege de las radiaciones, puede ser más nocivo de lo que se tenía considerado.

PARÍS.- Los astronautas de la misión Apolo, los únicos que viajaron más allá de la magnetósfera de la Tierra que protege de las radiaciones, mueren desproporcionadamente de enfermedades cardíacas, según un estudio. "Sabemos muy poco sobre los efectos de las altas radiaciones para la salud humana, especialmente el sistema cardiovascular", dijo Michael Delp de la Universidad de Florida en el informe publicado por Nature que ofrece "una primera mirada" al problema. De los siete astronautas de las misiones Apolo (1961-1972) fallecidos al día de hoy, tres (43%) sucumbieron a enfermedades cardiovasculares (ataque al corazón o accidente vascular cerebral). Es decir que los casos fueron "cuatro a cinco veces más numerosos" que para astronautas que nunca abandonaron la Tierra (9%) y aquellos -como los de la Estación Espacial Internacional (EEI)- que se alejaron menos de la Tierra (11%). "Esas informaciones sugieren que los viajes humanos al espacio exterior pueden haber sido más nocivos para la salud cardiovascular que lo anteriormente anticipado", indican los investigadores. Al alejarse de la Tierra a regiones del espacio donde el magnetismo nuestro planeta deja de ejercer una acción predominante sobre las partículas ionizadas, los astronautas de la misión Apolo se expusieron a niveles sin precedentes de radiaciones. La EEI orbita a unos 400 km de la Tierra donde todavía existe la acción protectora contra las partículas, que según la NASA pueden ser nocivas para los humanos al atravesar la piel y dañar el ADN celular. La NASA prevé un viaje habitado a Marte en la décadas de 2030 y considera que la protección contra las radiaciones será una "tecnología crucial" para un viaje de más de un año en el espacio, donde no sólo necesitarán agua y alimentos sino un escudo eficaz contra esa amenaza.

Así se comunican las neuronas


El descubrimiento mejorará la comprensión de enfermedades cerebrales como la depresión, la esquizofrenia o la enfermedad de Alzheimer.

Los neurocientíficos saben que las neuronas se comunican entre sí a través de los pequeños espacios entre ellas, en un proceso conocido como transmisión sináptica (donde las sinapsis son las conexiones entre las neuronas). La información va de una célula a otra mediante neurotransmisores tales como el glutamato, la dopamina o la serotonina, que activan los receptores en la neurona receptora para transmitir mensajes excitatorios o inhibitorios.

Sin embargo, más allá de este esquema básico, los detalles sobre cómo se comunican las neuronas, una función cerebral crucial en nuestro organismo, se desconocen. Ahora, una nueva investigación realizada por científicos de la Escuela de Medicina de la Universidad de Maryland (EE.UU.) ha conseguido ver por primera vez los detalles acerca de la arquitectura de este proceso.

Estas complicadas máquinas moleculares - sinapsis- se encuentran en el cerebro por doquier: alrededor de 100 trillones de ellas pues tienen un tamaño minúsculo. Cada una es independiente y está ajustada con precisión para transmitir señales más o menos fuertes entre las células. Para visualizar las características de esta escala sub-microscópica, los expertos recurrieron a una tecnología innovadora conocida como imagen de una sola molécula, que puede localizar y seguir el movimiento de las moléculas de proteínas individuales dentro de los límites de una sola sinapsis, incluso en las células vivas.

Los científicos identificaron un patrón inesperado y preciso en el proceso de la neurotransmisión: “Estamos viendo cosas que nunca se han visto antes. Esto representa totalmente una nueva área de investigación. Durante muchos años, hemos tenido una lista de los muchos tipos de moléculas que se encuentran en las sinapsis, pero eso no nos llevó muy lejos en la comprensión de cómo estas moléculas encajan entre sí, o cómo el proceso realmente funciona estructuralmente. Ahora por el uso de imágenes de una sola molécula, por fin hemos sido capaces de revelar la estructura arquitectónica del núcleo de la sinapsis”, explica Thomas Blanpied, líder del trabajo.

¿Por qué las sinapsis son tan eficientes? Los expertos han descubierto que en cada sinapsis, las proteínas clave se organizan de manera muy precisa a través del espacio entre las células: “Las neuronas un trabajo más efectivo de lo que imaginábamos. Las proteínas en dos neuronas diferentes están alineadas con una precisión increíble, casi formando una columna que se extiende entre las dos células. Esta proximidad optimiza la potencia de la transmisión y también sugiere nuevas formas en las que esta transmisión puede ser modificada”, aclara Blanpied.

La comprensión de la arquitectura sináptica ayudará a aclarar cómo funciona la comunicación dentro del cerebro o, en caso de enfermedad psiquiátrica o neurológica (enfermedades cerebrales como la depresión, la esquizofrenia o la enfermedad de Alzheimer), la forma en que deja de funcionar.

19 Hz, la frecuencia del miedo


En la década de 1980, el ingeniero británico Vic Tandy estaba trabajando en el diseño de un equipo de laboratorio médico en un hospital supuestamente embrujado en Warwick (U.K.). Se empezó a difundir entre el personal que la gente era perseguida por fantasmas, algo que Tandy atribuyó a los estertores silbantes de las máquinas de soporte vital que operaban en el edificio.
Una noche que estaba trabajando por su cuenta en el laboratorio, comenzó a sentirse claramente incómodo, rompiendo en un sudor frío mientras los pelos de la nuca se le erizaban. Estaba convencido de que estaba siendo vigilado. Cuando miró, con el rabillo del ojo, notó una figura gris que salía a la deriva lentamente de su visión periférica; pero cuando se dio la vuelta para hacerle frente, se había ido.
Aterrorizado, se fue directamente a casa.
Al día siguiente, Vic Tandy, aficionado a la esgrima, había llevado su espada al laboratorio; no para protegerse de los fantasmas, sólo para ajustar el mango para una competición. Cuando terminó, hizo unos mandobles de espadachín arriba y abajo para probar, puso la hoja hacia abajo en un banco de trabajo y se fue a buscar un poco de aceite. Cuando regresó se dio cuenta que la hoja estaba vibrando y tuvo la misma sensación de desasosiego que había experimentado la noche anterior.
Encontró que esas vibraciones causaban una onda de sonido que fue rebotando entre las paredes del laboratorio y alcanzó un pico de intensidad en el centro de la habitación, justo donde él estaba la noche anterior. Calculó que la frecuencia de la onda estacionaria era de 18,98 Hz (ciclos por segundo). Se le ocurrió que un sonido de baja frecuencia procedente de una máquina podría haber causado la onda que sintió la noche anterior. Pronto descubrió que era producida por un extractor de aire funcionando.
Cuando apagó el ventilador de la máquina, la onda de sonido desapareció. Y con ella, sus miedos.


19 Hz está en el rango conocido como de “infrasonidos”, justo por debajo del rango del oído humano, que comienza en los 20 Hz. Tandy investigó y se enteró de que las frecuencias bajas de esta región pueden afectar a los seres humanos, al igual que lo hacen con los animales, y de diversas maneras: causando malestar, mareo, hiperventilación y miedo, pudiendo dar lugar incluso a ataques de pánico.
Estas ondas también producen visión borrosa, ya que están muy cerca de los 18 Hz, que es la frecuencia de resonancia (vibración) del globo ocular. Esta es la razón por la que Tandy no sólo había sentido el miedo, sino que también había visto la figura de un “fantasma”: era una ilusión óptica causada por la resonancia de sus ojos.
Vic Tandy investigó este fenómeno más allá de su laboratorio y llevó a cabo una serie de investigaciones en varios lugares que se creían estaban embrujados, incluyendo el sótano de la Oficina de Información Turística junto a la Catedral de Coventry y el Castillo de Edimburgo, famoso por las apariciones de una una dama gris espectral. Aquí Tandy también descubrió una onda estacionaria de 19 Hz, añadiendo más peso probatorio a su teoría.
Los ingenieros de sonido del séptimo arte conocen bien los efectos de este “sonido del miedo”, cuando en las películas de terror alternan bandas sonoras donde predominan los cambios entre altas y bajas frecuencias, como las sucesiones de notas de violín agudas y graves a gran velocidad. No deja de ser una estrategia similar a la que sigue la física en la naturaleza para manipular nuestras emociones a su antojo.


La energía que produce un rayo

La energía que produce un rayoAhora mismo se están produciendo en el mundo unas 20.000 tormentas, que lanzan unos cien rayos por
segundo. Por término medio, tienen lugar al año entre 16 y 17 millones de tormentas, unas 44.000 diarias. Esto supone que caen 8 millones de relámpagos al día, capaces de liberar una energía comparable a 2 millones de toneladas de dinamita.

Se calcula que cada rayo mide unos 5 kilómetros de longitud por solo 1 centímetro de anchura, y descarga entre 1.000 y 10.000 millones de julios de energía, con una corriente de hasta 200.000 amperios y 100 millones de voltios. El aire circundante puede alcanzar temperaturas de 20.000 ºC, más de tres veces la de la superficie del Sol, que ronda los 6.000 ºC. Por eso los rayos son tan letales.

El proceso de formación de rayos en la atmósfera es complejo. Se trata de una descomunal descarga eléctrica que se produce cuando el movimiento ascendente y descendente del aire dentro de un cumulonimbo –la nube de tormenta– crea dos zonas de potencial eléctrico opuesto: en la parte superior de la nube se acumulan las partículas con carga positiva y en la parte baja, las negativas. Cuando la separación entre unas y otras es muy grande, se produce el rayo en el interior de la nube, entre nubes distintas o entre la nube y la tierra. La mayoría de las descargas eléctricas que se generan en una tormenta no llegan a la superficie terrestre.

Imagen: U.S. National Oceanic and Atmospheric Administration